miércoles, 12 de agosto de 2015

La violencia política sigue en Guerrero: La matanza de un activista mexicano

"Como líder de la policía comunitaria, Miguel Jiménez participó en la búsqueda de los desaparecidos en Iguala."

Texto: Merel de Buck
Utrecht University


La violencia política sigue en Guerrero: La matanza de un activista mexicano. Como líder de la policía comunitaria, Miguel Jiménez participó en la búsqueda de los desaparecidos en Iguala. Un nuevo asesinato político hace regresar al estado de Guerrero a las noticias internacionales. Después de la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa el año pasado, la violencia sigue en la región. Miguel Jiménez pagó con su vida por intentar generar un cambio social. Sabiendo que su vida estaba en peligro, insistió en su trabajo como activista “para el futuro de mis hijos”.



 
 Foto: Fuente desconocida
 
Un activista mexicano, Miguel Ángel Jiménez Blanco, fue asesinado el pasado sábado 8 de agosto en su lugar de residencia Xaltianguis, un pueblo cerca de Acapulco. ¿Quién es el responsable de su muerte? Aún no queda claro, pero todo apunta a un delito de carácter político. Miguel recibió amenazas desde varios lados, por su trabajo tanto en la búsqueda de personas desaparecidas en Iguala, así como por su trabajo como policía comunitario en su pueblo Xaltianguis.

El último año, Miguel trabajó como activista en Iguala, una ciudad al norte del estado de Guerrero donde a finales de septiembre de 2014 sucedieron terribles acontecimientos. Los policías municipales atacaron un grupo de estudiantes de Ayotzinapa, de los cuales cuarenta y tres fueron secuestrados y probablemente entregados al crimen organizado. Mientras miles de mexicanos salieron a las calles en protesta, Miguel dejó su pueblo para ayudar en la búsqueda de los estudiantes desaparecidos en Iguala.

La limpieza

Con cuarenta y cinco años de edad e hijo de una familia campesinos, Miguel era un hombre serio pero con un carácter alegre. Sus amigos lo llamaron “Migue”. Él era muy comprometido con su trabajo como líder de la UPOEG, una organización de la policía comunitaria en la región de la Costa Chica de Guerrero. En 2013 Miguel organizó a su pueblo Xaltianguis para combatir la violencia que estaba aumentando cada día en esta zona. La UPOEG basa su trabajo en usos y costumbres; las prácticas culturales y la estructura organizativa de pueblos indígenas. Así fue que los pobladores de Xaltianguis escogieron un grupo de ciudadanos honorables para proteger a su pueblo. Miguel acompañó este proceso y se encargó de que las policías comunitarias trabajaran bajo la autoridad y control del pueblo. El fenómeno de policías comunitarias tiene una larga historia en Guerrero y se considera que las zonas donde trabajan como las más seguras de Guerrero. Sin embargo la fundación de la policía comunitaria en Xaltianguis y sus alrededores fue excepcional porque el valle funciona como puerta de drogas hacia Acapulco, y por eso está bajo el control del crimen organizado. No obstante, Miguel logró “limpiar” su pueblo, como él mismo dijo, para garantizar seguridad para su familia y paisanos. 

Casa por Casa

Una semana después de la tragedia en Iguala, los padres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa asistieron a una Asamblea regional de la UPOEG en el Cortijo. Por su falta de confianza en la investigación oficial y la búsqueda del gobierno, los padres pidieron ayuda a las policías comunitarias. Dos días después, una larga caravana de camionetas llevando más de tres cientos policías comunitarias partió en dirección a Iguala. Establecieron un campamento en el zócalo de Iguala y declararon no salirse hasta que todos los estudiantes estuvieran de vuelta. Dirigido por Miguel, grupos de policía comunitaria salieron diario al campo y los suburbios de Iguala. Con su gran conocimiento como campesino, Miguel navegó a sus compañeros por terrenos inaccesibles y buscó “casa por casa” por rastros de los estudiantes desaparecidos.

Cuando el gobierno mexicano anunció la noticia oficial de que los estudiantes de Ayotzinapa supuestamente fueron quemados en el basurero de Cocula, un pueblo cerca de Iguala, Miguel era uno de los primeros en cuestionar esta versión. En su propio recorrido por el basurero, había encontrado material que no resistiría frente al calor necesario para quemar cuarenta y tres cuerpos. Por otra parte, estaba lloviendo en la noche de la desaparición, dijo Miguel a la prensa en un video que circuló a nivel internacional. Poco tiempo después, científicos y periodistas mexicanos confirmaron las dudas de Miguel sobre los resultados oficiales del gobierno mexicano.

Comité de Otros Desaparecidos

Durante las búsquedas alrededor de Iguala, miembros de la UPOEG encontraron numerosas fosas clandestinas. Cuando el estudio forense demostró que no eran los estudiantes de Ayotzinapa, surgió la pregunta; ¿Quiénes eran estas personas? La presencia de la UPOEG y periodistas internacionales en Iguala brindó la posibilidad a los habitantes de Iguala de romper su silencio colectivo. Así, una tras otra, las historias salieron sobre personas que fueron levantados de la calle y secuestradas por bandas de narcotraficantes. A veces pidieron un rescate a los familiares, pero pagar era raramente una garantía que las víctimas regresaran vivas. Las desapariciones eran algo común en Iguala. Como Miguel mismo dijo en varias entrevistas: “Aquí, es un gran cementerio clandestino”. 



Foto tomada en Octubre 30, 2014. REUTERS/Henry Romero

Después de semanas de búsqueda, la mayoría de los miembros de UPOEG regresaron a casa. Pero Miguel se quedó. Él siguió brindando apoyo a las familias de personas desaparecidas en Iguala que se habían atrevido a contar sus historias en público. Esto sin duda tenía sus riesgos, en una ciudad donde el crimen organizado siguió igualmente activo como antes del drama de los 43 que recibió atención internacional. Junto con los familiares de las personas desaparecidas, Miguel llevó a cabo el ''Comité de búsqueda los otros Desaparecidos de Iguala''. Sin esperanza del regreso de sus familiares vivos, los miembros del comité solamente querían la oportunidad de enterrar los cuerpos de sus seres queridos. De nuevo, Miguel acompañó los familiares cada día en su búsqueda por fosas clandestinas en el entorno de Iguala. Él jugó un papel clave dentro del comité al hacer contacto con los medios de comunicación internacionales y organizaciones de derechos humanos. Él consolidó una red de organizaciones de apoyo y junto con un sacerdote local de Iguala, preparó la parroquia de San Gerardo en el centro de Iguala como base de seguridad para el comité.


Durante lo últimos meses de su vida, podía encontrarse a Miguel en el patio de la parroquia. Allí estaba él, hablando con los periodistas, arreglando ayuda psicológica para los familiares y coordinando la recopilación de testimonios. Miguel también presionó tanto al gobierno que logró que la sub-procuradora general fuera a la parroquia y ahí prometió establecer un equipo de expertos forenses de forma permanente en Iguala. Esto fue una gran victoria para el comité, debido a que la identificación de los cuerpos era de fundamental importancia para que los familiares de las víctimas pudieran lidiar con su dolor.

Imposición de la transparancia
 
Una tarde en noviembre, Miguel y unos miembros del comité salieron por el lugar donde se habían encontrado el día anterior unas fosas clandestinas. A su llegada, el lugar estaba cerrado y guardado por una línea de policías, grande en estatura e intimidatoria. Desde atrás del plástico que evitó el traspaso, los miembros del comité podían ver a unos expertos forenses trabajando. Temiendo que el gobierno tratara de hacer desaparecer pruebas para silenciar los problemas en Iguala, los miembros se indignaron. También Miguel, que anteriormente se mostró muy diplomático con representantes de gobierno, estaba furioso al ver la injusticia. Inmediatamente, hizo todo lo posible para exigir acceso al lugar. Él dijo que había vivido momentos duros en su vida y sabe como mantenerse en circunstancias difíciles, pero en cierto momentos, su cuerpo le daba señales. Él apunta con sus dedos a lo largo de su cabeza y dijo: “Este es un momento así”.

Este escenario tarda horas y cuando ya está atardeciendo, Miguel consigue permiso de entrar al lugar para controlar el trabajo de los expertos. En un traje de plástico blanco Miguel entra y ya es noche cuando él por fin puede transmitir sus observaciones al comité. La voz de Miguel se tiembla y hay lágrimas en sus ojos cuando dice: “Si la aparición de cuerpos aún me toca tan profundamente, ¿cómo se sentirían ustedes como familia?".
 
In memoriam
 
Gracias al trabajo de Miguel, cientos de personas en Iguala han reportado sus familiares desaparecidos y se han encontrado más de doscientos restos humanos. Además, seis cuerpos han sido identificados y entregados a las familias. Miguel rompió el temor que prevalecía entre los habitantes de Iguala y siempre se preocupó por la seguridad de quienes han alzado sus voces. Él hizo público, a nivel nacional e internacional, el número impactante de fosas clandestinas y personas desaparecidas en Guerrero. Dándose cuenta que corría peligro, pidió protección cautelar al gobierno, sin ningún resultado. 
 
El asesinato de Miguel es una tragedia para el activismo político en Guerrero, donde personas como Miguel, tan valientes y comprometidas con la justicia, son muy escasas. Miguel deja una esposa y seis hijos, y un espíritu de resistencia que continua inspirando a los que buscan el cambio social.


 

Foto de Bernardino Hernández. CUARTOSCURO.COM



Texto original en holandés (ver aquí en la página de ''Kritische Studenten'' y pronto también en la revista electrónica La Chispa)






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